La noticia saltó hace pocos días: ETA renuncia a la lucha armada. Un primer paso para acabar con el conflicto que ha durado más de 50 años; con todo, hay cuestiones muy importantes que quedan pendientes para que realmente se pase página, entre estas, las víctimas.
Sobre la reparación de las víctimas, en el mes de mayo de este año tuvieron lugar unos acontecimientos insólitos: presos condenados por pertenecer a ETA, con delitos de sangre, se reunían frente a frente con sus víctimas, familiares de personas asesinadas por terroristas. La iniciativa de los encuentros surgió de los mismos presos: buscaban el perdón. Todos ellos son, de alguna manera, partícipes y responsables de cada una de las muertes, y personas convencidas de que sus acciones solos han generado sufrimiento. A los asesinados y a sus familias, pero también a ellos mismos.
Esta noticia me ha llamado la atención, y querría hacer algunos comentarios, desde un punto de vista terapéutico, exclusivamente. No pretendo hacer juicios morales o políticos sobre el terrorismo o los terroristas, ni sobre las consecuencias de sus acciones, cosa que iría más allá del objetivo de este blog.
¿Cómo se puede reparar tanto dolor? ¿Qué relación se establece entre víctima y asesino?
Reviso el abordaje que ha hecho Bert Hellinger de la terapia familiar sistémica, mediante las constelaciones familiares, que se ha extendido a cualquier sistema: organizaciones, empresas, comunidades, etc.
Una constelación es una sesión terapéutica que se realiza en grupo. El cliente hace una demanda porque quiere resolver algún problema concreto. De entre el público asistente a la sesión, dispuesto en círculo, elige personas que representan (como si fueran actores) a los diferentes miembros del sistema (familia, empresa, organización, etc.), o incluso a objetos (una herencia, por ejemplo) o a conceptos abstractos (enfermedades, miedo, venganza, etc.). Una vez dentro del círculo, las personas representantes, que no conocen nada del caso que provoca la demanda ni a nadie de la familia, se mueven e interaccionan entre ellas y sienten igual que las personas reales a quienes representan. Es muy revelador ver como se acercan o se rechazan unos a otros, como se vuelven de espaldas a todo el mundo o se aíslan totalmente, etc. Todo esto bajo la supervisión del constelador, que sugiere, orienta y saca conclusiones de lo que sucede.
Quiero remarcar que el abordaje en constelaciones de situaciones en las que ha habido víctimas es absolutamente rompedor, incluso diría que provocador para quien no conoce cómo funciona esta terapia y no ha asistido nunca a ninguna sesión.
En una constelación en la que ha habido un crimen, el terapeuta constelador hace elegir al demandante un representante que represente al perpetrador/asesino. Hay que estar muy abiertos y atentos a lo que realmente ocurre dentro del círculo, y dejar de lado los prejuicios que todos tenemos en cuanto a reparación, justicia y quizás incluso venganza. Los movimientos que se dan entre víctima y asesino se salen de la lógica de nuestro mundo real.
Ante un crimen, lo que hacemos es estigmatizar al perpetrador, lo apartamos, lo expulsamos, y la víctima reivindica una y otra vez que se haga justicia. En cambio, en una constelación, nos damos cuenta de que los lazos que se establecen entre asesino y víctima van más allá de lo que cualquiera podría imaginar (y soportar).
En la vida real, quienes antes eran víctimas ahora persiguen a los perpetradores con un afán similar, como suele pasar en cualquier conflicto armado. En constelaciones, se ve que el fin de cualquier conflicto se supera poniéndose junto a las víctimas y llorándolas, no atacando a los perpetradores, ni formulando reproches ni alimentando la venganza. Hay que estar atentos a no pretender saber con exactitud qué es lo adecuado en relación con los asesinos y sus víctimas.
La única medida, en una constelación, es pedir que el asesino mire a la víctima; en este momento surge un movimiento de acercamiento hacia ella, de forma que sólo encuentra la paz a su lado. No se puede liberar de la culpa, pero se puede acercar a la víctima.
En terapia, no hay lugar para la venganza, que no hace más que perpetuar el conflicto. Se deben recordar a las víctimas solidarizándose con ellas a través del dolor, pero humildemente, sin pretensiones. Hay que dar a las víctimas lo único adecuado, que es hacer el duelo; el duelo en conjunto une, sana, ya no hay soberbia. La superación llega si se tiene la fuerza de asentir a lo que ha sido, tal y como ha sido.